Las Troyanas es una tragedia de guerra; es el espectáculo de las consecuencias de una guerra a través de sus víctimas más dolorosas: las mujeres y los niños. El drama se concentra en Troya, pero éste es también el drama de cualquier guerra en cualquier sitio, porque Troya está en cualquier parte cuando el mito, ubicuo, se hace historia. Troya es paradigma de ciudad arrasada. De ella no quedaron más que sus cenizas, que se expandieron, difusas, por el éter. Todos sus hombres fueron aniquilados, sus mujeres esclavizadas y sus hijos sacrificados o separados de sus madres para ser vendidos como siervos en el extranjero. Eurípides dejó que las mujeres de esta guerra hicieran visibles sus cuerpos abatidos y audibles sus voces que pasan de la desesperación a la duda y a la increpación contra el mundo hostil que las rodea. Su tragedia, que denuncia el horror del sufrimiento incompensable de las víctimas de guerra, está a caballo entre el compromiso y el oratorio, entre el teatro político comprometido y el drama lírico. Aun desde la distancia del mito de los nombres de estos personajes, sus palabras y gestos nos provocan, también hoy, una inquietud perturbadora: sus lamentos evocan otros lamentos, su luto, sus plañidos, sus quejidos nos resultan horrorosamente familiares, semejantes a los que vemos no desde el teatro sino diariamente en la televisión. Troya está en Palestina, en Bosnia, en Afganistán, ... en cada espacio sobre la faz de la tierra donde la guerra desata las lágrimas de una mujer que llora por sus muertos.