El pasado sábado pudimos disfrutar del trabajo de la consolidada compañía asturiana La Peseta Teatro, defensora a ultranza del derecho de todos a actuar, que ha reivindicado cuando distintas federaciones de teatro profesional han cuestionado su carácter amateur. No es de extrañar que se les confunda, sus tablas son indudables y su osadía escénica ha quedado patente en “Persona, yo y nosotros al mismo tiempo”, una arriesgada e innovadora creación colectiva que juega con “el tiempo fuera”, una pirueta escénica que consiste en detener el dialogo teatral para introducir la detención del tiempo real, a fin de que cada personaje cuente lo que está pensando, que por lo general se aleja mucho de lo que está diciendo. Bofetada de realidad para que el espectador se vea reflejado en tan humano y habitual comportamiento. Un tratamiento exquisito del tempo escénico.
La escenografía es resolutiva y el espacio permite a los actores regocijarse en el gesto, la mímica y la expresión corporal. La puesta en escena es aclaratoria de la forma, complicada, con la que el grupo pretende trasmitir un mensaje que no es otro que admitir que todos mentimos sobre nosotros mismos y sobre el fondo de nuestras relaciones. Sin menoscabar lo dicho, en algún momento la acción puede resultar esperable, probablemente porque no hace más que reflejar la vida misma. En todo caso, un ejercicio de buen teatro y exploración de nuevas técnicas desde el teatro, que a priori hemos de considerar no profesional.
El domingo pudimos ver “El Crédito”, de Jordi Galceran (Barcelona 1964). Internacionalmente conocido por “El método Gronholl”, es un reputado dramaturgo y guionista catalán que empieza a ser definido por la prensa, que hemos de considerar especializada, como el rey de la comedia negra. Tanto “Dakota” (1995) como “El método” (2003) o “Cancún” (2007) han sido consideradas hitos de la creación teatral por su formato innovador y novedoso.
“Si usted no me concede el crédito, yo seduciré y me tiraré a su mujer”. Tras una breve introducción, este es el punto de partida para poner en evidencia el miedo y la inseguridad a través de una comedia perfectamente estructurada que permite que el espectador mantenga la atención en el fondo, disfrutando de los innumerables golpes de humor inteligente a costa de la desgracia ajena, y se consuele por el inevitable patetismo que desprende el director de la sucursal bancaria. (Texto de Jorge Fernández)